Wakefield

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Columna de cine. Por Lucas Pablo Beriain

Wakefield (2016) es una de esas películas que no parecerían dejar una huella importante en la historia del cine. Sin embargo habilita una serie de reflexiones que a continuación enunciaremos brevemente, solo a modo de disparador.

El argumento es el siguiente: un hombre harto de su esposa y el trabajo se recluta en el ático del garaje que está en frente a su casa de amplio jardín delantero, al estilo americano. No le avisa a su esposa y se encierra ahí arriba durante meses. Todos lo dan por desaparecido.

En primer lugar, una fuerte posición patriarcal notoria en diferentes posiciones del personaje que nos habla en una voz en off -un tanto redundante- y que hacen pensar en la posición de macho proveedor y en una idea del amor enfermizo, lo advertimos claramente mientras ve a su esposa desnudarse en su habitación: “la amo porque me pertenece”. En segundo lugar aparece lo material. Podemos ver ese estado ascético al que llega el protagonista, casi de forma fortuita e irracional, cuando alguien que lo tiene todo y de un momento a otro se ve despojado de todo bien personal, desde su lindo auto hasta la comida de cada día y terminar revolviendo la basura de su familia a la noche para que nadie pueda verlo. En tercer lugar se introduce el tema de la vigilancia como el personaje se vuelve invisible. Y desde esa invisibilidad, como en un panóptico, observa los movimientos de los otros sin que ellos puedan verlos. Observa desde una ventanita todos los movimientos de su esposa, de sus hijas y su suegra.

Enumerando los temas de esta forma parecería que estamos hablando de una película que nos habla de una cultura norteamericana que fácilmente podría encontrar su paralelo en buena parte del planeta a través de tópicos tan importantes para la historia de la modernidad/posmodernidad y tan trabajados por filósofos y sociólogos: capitalismo, observación/vigilancia y patriarcado.