¿Qué quiere el patriarcado del feminismo?

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Foto: Lucía Prieto

Una reflexión sobre las voluntades vedadas que debemos afrontar ahora como movimiento político.

Por Lía Mora Echegoyen*

Todas las palabras escritas a continuación están destinadas a mujeres que se consideren feministas, varones antipatriarcales y aquellas personas que se autoperciban en una deconstrucción permanente. En plena disputa mediática y social del debate parlamentario sobre el aborto, comencé a pensar qué se juega en este movimiento.  Ahora que sentimos que mucho comienza a ser irreversible, que nos sentimos en un resurgir, es legitimo preguntarse cuán profundo puede ser el feminismo. De allí que la pregunta se transforma en: ¿Qué quiere el patriarcado de nuestro movimiento?  Y, ¿por que hacerse esta pregunta? La contestación fácil: que no exista. La contestación compleja: que surja a medias (y flote en lemas sin materialización), y no alcance a modificar el sistema económico-social que nos oprime.

La pregunta comienza a darme vueltas cuando escucho la canción de Natalia Oreiro llamada “la marea feminista”. Mientras la escuchaba, sostenía un profundo debate que no estaba siendo fruto de la canción sino que sentía haberlo tenido antes. ¿De verdad Natalia Oreiro ahora es feminista, cuando su marca tiene talles son extra small y es carisima? ¿Estamos entendiendo lo mismo de este movimiento para que ella pueda sumarse?  Como si la canción me hubiese dado una excusa para saldar y poner en palabras lo que me alerta del movimiento. Luego, caí en una pregunta radical: ¿soy lo feminista que quiere que sea el patriarcado? Soy feminista, porque tuve una clase que me permitió pensarlo.

El problema radica en cuánto se va a sostener la agenda política feminista, y si ésta voluntad por interrumpirla no se ejerce de los mismos espacios políticos machistas. Lo que se juega, aunque estemos felices por los tiempos que corren, es si realmente una canción de Natalia Oreiro puede saldar nuestra lucha. Quizás  estemos frente a la tranquilidad de sostener lemas en nuestras remeras y no en nuestras casas, cada vez que ejercemos trabajo doméstico no remunerado. Como si estemos frente a la posibilidad de ser un pedacito de feminismo que soporte el capitalismo patriarcal todos los días. En resumidas cuentas, si estar cantando «como me gusta la marea feminista» no nos está dejando ver que siempre limpiamos el bidet nosotras. La facilidad de sentir que por decir “Ni una menos” estamos cambiando la sociedad, mientras solo tenemos paciencia de esperar que todos entiendan por qué no podemos seguir muriendo.

Hoy el aborto, gracias a las manifestaciones de las mujeres en las calles, pudo ser socialmente aceptado como un reclamo legítimo. El gobierno en una maniobra política intentó capitalizarlo, no al aborto como política de salud pública, sino al debate. En este sentido, la jugada fue desarticulada, porque lejos de poner sobre el escenario si el debate era un avance, se puso la inmediata despenalización. Una demostración que no sugiere un problema sólo para el gobierno, sino también para los mismos varones enquistados en partidos políticos que no saben cómo ser protagonistas de esta ola que sólo les pide que se desplacen. Aun así, opinan y enuncian qué deberíamos hacer con nuestros cuerpos. El aborto en este escenario se convirtió en un problema de la política, porque hasta ahora el movimiento feminista no había podido poner en jaque sus propios espacios de articulación. Salió de lo esperado, contestando que el debate no es suficiente, que la legitimación del debate no es una política de estado, lo necesario es que el estado garantice la vida de todas sus ciudadanas.

Entonces, volviendo a la pregunta inicial si por escuchar a Natalia Oreiro soy lo que quieren que sea, con el techo de cristal arriba, la respuesta es todavía no.   Hay que entender que dentro del movimiento se sumarán oportunistas, como en cualquier otro, pero habrá mujeres en los espacios políticos y fuera de ellos que estén despiertas y desarticulen cualquier estrategia del patriarcado. Porque esto no nació ayer. Ahora bien, la posibilidad de ser un feminismo popular y discutir qué comprendemos por éste también tiene que estar. El fantasma de convertirnos en un feminismo liberal, que contenga las voluntades de unas pocas, también tiene que estar en agenda. Reconocer qué queremos con esto, y si las que podemos debatirlo somos hegemónicas también. Hace falta discutir hacia dónde vamos concretamente, si es hacia la profundización de un modelo socio-económico igualitario, que exija la creatividad de ser lo que nunca fuimos como sociedad hasta ahora o al enquistamiento de un capitalismo con mujeres CEOS pero con hambre de mujeres en los barrios. La demostración, pese al oportunismo, es que todavía no. Nadie va a ser lo que quiere el patriarcado, porque mientras ellos utilizan las mismas estrategias, nosotras usamos unas nuevas, las que nos enseñó la opresión.

* Feminista y Licenciada en Artes (UBA)